SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS Y FIELES DIFUNTOS

“La alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza” (Papa Francisco Homilía 2014).

iglesia-3-estados(Haz Click en la imagen para bajar archivo en PDF)

Jesús mismo nos ha revelado que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta y con esta fe, expresó el Papa, nos detenemos también espiritualmente ante las tumbas de nuestros seres queridos.

Para comprender el significado de la solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los difuntos hay que saber que existen tres estados en la Iglesia, y conocer la explicación que nos da el Catecismo Católico sobre la estrecha correlación entre unos y otros.

«¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?» La comunión de los santos es precisamente la Iglesia. (CIC Canon 946).

«Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros […] Es, pues, necesario creer […] que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza […] Así, el bien de Cristo es comunicado […] a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, 13). «Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común» (Catecismo Romano, 1, 10, 24). (CIC Canon 947).

La expresión «comunión de los santos» tiene, pues, dos significados estrechamente relacionados: «comunión en las cosas santas [sancta]» y «comunión entre las personas santas [sancti]».

Sancta sanctis [lo que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de la elevación de los santos dones antes de la distribución de la comunión. Los fieles (sancti) se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo (sancta) para crecer en la comunión con el Espíritu Santo (Koinônia) y comunicarla al mundo. (CIC 948).

I.- La comunión de los bienes espirituales:

I.I.- La comunión en la fe: En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos «acudían […] asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hech 2,42). La fe de los fieles es la fe de la Iglesia, recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte. (CIC 949).

I.II.- La comunión de los sacramentos: “El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo, que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. Los Padres indican que en el Símbolo, debe entenderse que la comunión de los santos es la comunión de los sacramentos […]. El nombre de “comunión” puede aplicarse a todos los sacramentos, puesto que todos ellos nos unen a Dios […]. Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque Ella es la que lleva esta comunión a su culminación” Catecismo Romano, 1, 10, 24. (C.I.C.950).

I.III. – La comunión de los carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo «reparte gracias especiales entre los fieles» para la edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, «a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» 1Cor 12,7. (C.I.C. 951).

I.IV.- “Todo lo tenían en común” (Hech 4,32): «Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás, y debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo» (Catecismo Romano, 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor. Cfr. Lc 16,1-3. (C.I.C 952).

I.V.- La comunión de la caridad: En la comunión de los santos, «ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo» (Rom 14,7). «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte» (1Cor 12,26-27). «La caridad no busca su interés» (1Cor 13,5; Cfr. 1Cor 10,24). El menor de nuestros actos, hecho con caridad, repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión. (C.I.C. 953).

II. La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierraiglesia-3-estados-2

II.I.- Los tres estados de la Iglesia: «Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando «claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es»» (LG 49): «Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él» (LG 49).

«La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales» (LG 49). La intercesión de los santos. «Por el hecho de que, los del cielo, están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (LG 49):

Para esto decía Santo Domingo: «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo, moribundo, a sus frailes: Relatio iuridica 4; Cfr. Jordán de Sajonia, Vita 4, 69).

Y santa Teresa igualmente comentaba: “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).

Es por eso que podemos decir y afirmar de la comunión con los santos (Iglesia Triunfante): «No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino, nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (LG 50).

«Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro, que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17, 3: SC 10bis, 232 (Funk 1, 336)).

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En relación con la comunión con los difuntos (Iglesia purificante): «La Iglesia peregrina (todos los que nos encontramos con vida y transitamos en el mundo adheridos a la Iglesia en busca de la salvación), perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y también ofreció sufragios por ellos; «pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados» (2 M 12,46)»» (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

fieles-difuntos-2En la única familia de Dios. «Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia» (LG 51). (C.I.C 956,957 y 958).

Es así que, tomando todas estas enseñanzas de nuestra Madre y Maestra, la Iglesia, podemos explicar y desglosar lo siguiente:

1- Sobre la iglesia peregrina en la tierra. En ella estamos nosotros hasta el día de nuestra muerte.

2- La iglesia purgante o purificante (en el purgatorio), la componen los difuntos que necesitan aún purificación antes de entrar al Cielo, que es lo mismo que todas las almas a las que llamamos almas del purgatorio. Por ellos oramos el día de los difuntos, el 2 de noviembre, para que, con nuestras oraciones, sacrificios y misas, puedan pagar sus culpas pronto, y ya limpios de toda mancha y culpa, sean aptos de entrar triunfantes al cielo.fieles-difuntos-4-oracion

No rezamos por los que están en el infierno porque su condena es irreversible, es decir, es eterna, ya no hay marcha atrás ni nada o nadie que pueda ayudarlos a salir de esa condición de condenados. La situación es que ellos decidieron libremente y eligieron vivir al margen de Dios y sin Dios eternamente, y ya en la condición de almas condenadas, nunca querrán pedir perdón y salvarse. Es decir, que aún que esas almas recibieran oraciones de la tierra y Dios les concediera Su Perdón si ellos lo aceptaran, NUNCA LO QUISIERON RECIBIR Y POR SUPUESTO, YA CONDENADOS MENOS. Es así, que esas almas ya están perdidas para la eternidad y las oraciones no les sirven ni de consuelo ni les dan beneficio alguno. Es por eso que no se reza ni se pide por ellas.

3- La iglesia triunfante, ya glorificada en el cielo. A ellos, los santos, les honramos el 1 de noviembre.todos-santos

Leeremos un mensaje del Señor a Catalina donde maravillosamente nos explica, un adelantito de las bellezas del cielo.

PC85 – 30 de octubre de 1996. Jesús

QUIERO QUE HABLEMOS DEL CIELO

Amor de Mis dolores, quiero que hablemos del Cielo. Lugar del que deben hablar, para animar a Mis hijos a trabajar por su conquista… Me transfiguré ante Mis apóstoles para que vieran la belleza de Mi semblante divino. Lo que irradia de él.

El Cielo, hijos Míos, es un bien tan grande, que Yo quise morir en la Cruz para abrirles la entrada en él. Los bienes, las alegrías y dulzuras pueden conquistarse, más ustedes no podrían comprenderlo, aunque Yo se los explicara. Lee 1ª de Corintios 2,9.

Piensen: si en este mundo pueden presentarse a ustedes cosas que agradan a sus sentidos, cuántas otras hay que los afligen. Si les gusta la luz del día, los entristece la oscuridad de la noche; si les complace la primavera y el otoño, los aflige el frío del invierno y el calor del verano. Añadan a esto las penas y preocupaciones que les ocasionan las enfermedades, las persecuciones, las incomodidades de la pobreza… Las angustias del espíritu, los miedos, las tentaciones del demonio, la ansiedad de la conciencia, la incertidumbre de la salvación eterna…

En el Cielo no hay muerte, ni temor de morir; no hay dolor ni enfermedad, ni pobreza, ni calor. Sólo hay un día eterno, siempre sereno, una primavera continua, florida y deliciosa, porque todos se aman tiernamente y cada cual goza del bien del otro como si fuese suyo. En el Cielo no hay temor a perderse, porque el alma, confirmada en la gracia divina, ya no puede pecar ni perderse.

Allá se encuentra todo cuanto puedan desear, hijitos… Todo es nuevo: las bellezas, las alegrías, todo saciará sus deseos. Se saciará la vista viendo aquella ciudad tan magnífica, tan hermosa. Verán que la belleza de sus habitantes da nuevo realce a la belleza de la ciudad, porque todos ellos visten como reyes, son reyes.

¡Qué placer tendrán al ver a Mi Madre, que se deja contemplar más bella que todos! ¡Oírla cantar, alabando a Su Dios…!  Todo esto son las dichas menores que hay en el Cielo. Su delicia principal será vernos cara a cara.

El premio que se les promete, no es solamente la belleza, la armonía y los otros bienes, sino Yo mismo que Me dejo ver por los bienaventurados. Así, los goces del espíritu aventajan a los goces de los sentidos.

El amarme aun en esta vida, ¿no es cosa dulce? ¿Te imaginas cuánta dulzura producirá el gozar de Mí? Cuánta dulzura experimenta un alma a la cual manifiesta Mi padre en la oración Su bondad, su Misericordia y, especialmente el amor que le demostré en Mi Pasión… ¿Qué sucederá entonces, cuando se levante este velo y puedan vernos cara a cara? Contemplarán toda Nuestra belleza, Nuestro poder, Nuestras perfecciones, todo el amor que les tenemos.

La mayor aflicción de las almas que Me aman, es el temor de no amarme y nos ser amadas por Mí. Pero en el Cielo, el alma está segura de que ama y de que es amada por Mí. Ve que la tengo abrazada con amor inmenso y que este no se acabará jamás. Ese amor crece entonces con la convicción de lo mucho que la amé cuando Me ofrecí en sacrificio por ella en el madero de la Cruz y Me convertí en manjar, en alimento, en la Eucaristía.

Es ahí cuando verá claramente todas las gracias que le He concedido para preservarla del pecado y atraerla a Mi amor. Verá que aquellas tribulaciones, aquella pobreza, aquellas enfermedades, las persecuciones que ella consideraba desgracias, no fueron otra cosa que amor y medios de los cuales Me serví para conducirla al Paraíso.

Verá todas las inspiraciones amorosas y la Misericordia que derramé sobre ella, después que ella Me despreció con sus pecados. Verá tantas almas, condenadas en el abismo del infierno, tal vez en apariencia menos culpables que ella, y se alegrará de verse salvada y segura.

Hijos Míos, los placeres del mundo no pueden saciar sus deseos. Al principio embriagan sus sentidos, pero se van embotando poco a poco y ya no les causan ilusión. En cambio, los bienes del Cielo sacian siempre y dejan contento el corazón. Y aunque sacian plenamente, siempre parecen nuevos, siempre deleitan, siempre se desean, siempre se obtienen. Así el deseo no engendra el fastidio, porque siempre queda satisfecho y la saciedad no engendra disgusto, porque va siempre unida al deseo. De ahí que el alma permanece siempre saciada y siempre deseosa de aquellos goces: Así como los condenados son vasos llenos de ira, los bienaventurados son vasos llenos de Misericordia y alegría, porque no tienen más que desear.

Créanme, hijitos, dicen haber hecho poco los Santos y Mártires, para conseguir el Cielo ¿qué vale todo cuanto han sufrido, comparado con aquel mar de eternos goces, en el que permanecerán eternamente…? Anímense, hijos Míos, para sufrir con paciencia cuanto les toque padecer en este tiempo que queda, porque todo es poco, y nada se compara a la gloria del Cielo. Cuando los aflijan los dolores de la vida, levanten los ojos al Cielo y consuélense con la esperanza del Paraíso. Allí los espera Mi Madre, allí los espero Yo, con la corona en la mano, para coronarlos de reyes de aquel Reino que no tiene fin…

Pidan, hijitos, por la gracia de la perseverancia en la conversión. Quien se encomienda a Mi Madre, obtendrá esta gracia. Mediten Mi Pasión y pidan que Mi Ángel los consuele y fortalezca…”

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Conclusión:

En resumen, podemos decir de todo lo antes leído y aprendido: Que la Iglesia es «comunión de los santos»: esta expresión designa primeramente las «cosas santas» (sancta), y ante todo la Eucaristía, «que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo» (LG 3). Que éste término designa también la comunión entre las «personas santas» (sancti) en Cristo que ha «muerto por todos», de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.

«Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos en el Purgatorio, y de los que ya gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia. Creemos, igualmente, que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones» (Cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 30).

La solemnidad de Todos los Santos, como la conmemoración de los Fieles Difuntos, son dos celebraciones que recogen en sí, de un modo especial, la fe en la vida eterna. Y aunque estos dos días nos ponen delante de los ojos lo ineludible de la muerte, nos dan, al mismo tiempo, un testimonio de la vida.

El hombre que, según la ley de la naturaleza está «condenado a la muerte», que vive con la perspectiva de la destrucción de su cuerpo, vive, al mismo tiempo, con la mirada puesta en la vida futura, y como llamado a la gloria.

La solemnidad de Todos los Santos pone ante los ojos de nuestra fe a todos aquellos que han alcanzadfieles-difuntos-1o la plenitud de su llamada a la unión con Dios. El día que conmemora los Difuntos hace converger nuestros pensamientos hacia aquellos que, habiendo dejado este mundo, esperan alcanzar en la expiación la plenitud de amor que pide la unión con Dios. Se trata de dos días grandes para la Iglesia que, de algún modo, «prolonga su vida» en sus santos y también en todos aquellos que, por medio del servicio a la verdad y el amor, se están preparando para esa vida.

Por esto la Iglesia, en los primeros días de noviembre, se une de modo particular a su Redentor que, por medio de su muerte y resurrección, nos ha introducido en la realidad misma de esta vida. (San Juan Pablo II, papa).

Para terminar, explicaremos cuál es el trato correcto que deben tener los fieles para con sus difuntos, donde diferenciaremos entre el “llamar” a los difuntos para tratar de hablar con ellos (esto es un pecado) y la verdadera devoción y Obra de Misericordia espiritual, a la cual nos motiva y exhorta la Iglesia; es decir, a rezar y pedir por vivos y muertos.

La palabra “espíritus” es un término muy amplio, que incluye incluso a los ángeles, buenos y malos, así como a los difuntos o almas del purgatorio. Cuando se dice voy a evocar espíritus podría entenderse ‘voy a evocar a los ángeles caídos’, pecado muy grave, pero también el decir ‘voy a evocar a mis difuntos’ es un pecado grave. Lo que uno debe hacer con sus difuntos es rezar por ellos y punto. Todo lo demás viene del maligno.

La Biblia en Lucas 16,26, nos dice: “Y además de todo esto, hay un gran abismo puesto entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de allá hacia ustedes no puedan, y tampoco nadie pueda cruzar de allá a nosotros”. Es por eso, que NO es adecuado pedirles señales, ni que nos hablen o contesten, o que obren directamente con tal o cual cosa. Tampoco “llamarlos” para que se presenten a través de personas que dicen tener algún don para contactar a las almas del más allá ni a través de artefactos utilizados para ésta causa (espiritismo).

Todo lo anterior es muy peligroso, porque abre puertas invisibles que nos ponen a merced del maligno y sus ángeles condenados, y que después son muy difíciles de cerrar.

Lo que la Iglesia nos enseña sobre el “más allá”, es “a invocar a los santos, que son nuestros amigos, sobre todo para pedirles mucho que, por su amorosa intercesión, nos alcancen del Corazón de Jesús, (único dispensador de Gracias y Milagros) los favores que necesitamos aquí en la tierra. Igualmente nos enseña a pedirle mucho a la Virgen María, Nuestra Madre, para que, a través de Su Inmaculado Corazón, Ella que es Madre de Dios y tan amada por El, nos consiga lo que pedimos de Su Hijo.

De esta forma participamos en la comunión de los santos; pedimos en oración y en la Santa Misa por nuestros difuntos y almas del purgatorio que necesitan de nuestras oraciones, pedimos favores materiales y espirituales por intercesión (recomendación, favor, intermediación) de los santos que ya gozan de la Gloria de Dios, con la certeza dada por la Iglesia, y vivimos así en Gracia de Dios”.

alma-purgatorioSi te preguntas en este momento entonces cómo es que hay almas que se aparecen a algunas personas, y les hablan o dan recados, o entregan peticiones, eso tiene una explicación… Toda creatura de Dios, siendo de Él, sólo puede actuar siguiendo una petición o mandato de Dios (incluso los espíritus malignos y el mismo demonio, necesitan permiso de Dios para poder actuar en el mundo y en las almas, porque les guste o no, Dios es su Creador y Señor de todo cuanto existe). Es decir, esto sucede en efecto porque Dios en algunos casos LO PERMITE POR ALGUNA CAUSA O RAZÓN ESPECÍFICA. Es así que, la persona que presenció o de la cual el Señor se valió para hacer llegar este o aquel mensaje, NO FUE PORQUE ELLA LO PIDIÓ, LO BUSCÓ O SE LAS INGENIÓ PARA QUE ESTO SE DIERA, SINO QUE, SIN QUERERLO, SIN BUSCARLO, DIOS LA ESCOGIÓ PARA ALGUNA MISIÓN ESPECIAL Y SE VALIÓ DE ÉL O ELLA AQUÍ EN LA TIERRA, Y ÉL QUE TODO LO PUEDE, MANDÓ O DIO EL PERMISO ALGÚN ESPÍRITU PARA LLEVAR A CABO ESTA MISIÓN O TAREA ESPECIAL.

Es por eso, que todo lo demás, que no sea de ésta forma, viene del mal y tiene una unión directa con las fuerzas del infierno, haciendo que el demonio y sus secuaces, se apoderen de esas almas aquí en la tierra, que, por desobediencia, incredulidad, rebeldía o muchas veces ignorancia, cometen y se ven expuestas a estas prácticas opuestas a lo que Jesús nos manda y alerta a no hacer por nuestro bien, paz en nuestras almas y sanidad a nuestro espíritu.

Para concluir esta nota, diremos que nosotros podemos ayudar a las almas del purgatorio rezando por ellas, es lo que nuestra Iglesia llama los sufragios. Y también la Iglesia nos habla del infierno, no para meternos miedo, sino para decirnos que podemos perder el cielo si usamos mal nuestra libertad, yendo en contra de lo que Jesús nos enseña con Su Testimonio, con la tradición de la Iglesia y a través de Su Palabra.difuntos3

Por lo tanto, quienes hacen lo que se denomina “la evocación de espíritus están jugando a ser Dios. Dios es el Señor del más allá, y la manera correcta de relacionarnos con los difuntos “NO es a través de la evocación, es a través de la oración”.

Si nos consta que son santos (porque la Iglesia nos lo comunica en la Liturgia y en el Santoral) los invocamos para que nos ayuden, mientras que si no sabemos si nuestros difuntos están en el cielo (no nos consta que ya están gozando de la Gloria eterna en el Paraíso), lo que debemos de hacer es rezar por ellos, sobre todo ofrecer por ellos la Santa Misa.

Esa es la manera correcta de relacionarnos con el más allá, pues como hemos dicho, las otras formas de relacionarnos con nuestros difuntos, como el espiritismo, son puertas abiertas para llamar al maligno. El maligno se sirve de esas técnicas de invocación para entrar en la vida de una persona y arruinarla.

Este 1 y 2 de noviembre, la Iglesia Universal Celebra la Solemnidad de todos los Santos (día 1), y a los fieles difuntos (día 2), recordándonos que tenemos amigos en el cielo dispuestos a pedir por nosotros y que por sus vidas de santidad, amor y fe, ahora gozan de la Gloria y nos enseñan con su testimonio a trabajar nosotros aquí en la tierra imitando su vida para vivir mejor; y que a su vez, nosotros aquí en la tierra, debemos mientras podamos y gocemos de la Misericordia de Dios, pedir por todas las almas que, ya salvadas, se encuentran purificándose (limpiándose de sus culpas) en el purgatorio, para que habiendo pagado a la Justicia el total de sus deudas, puedan ya salir de ese lugar e irse a disfrutar de la Visión beatífica de Dios. Ellas necesitan de nosotros para ir abonando a su cuenta pendiente e ir saldando su deuda, acortando así, sus días de estancia en ese lugar.

Nosotros pedimos por ellas aquí, y al salir, ellas pedirán e intercederán por nosotros estando ya junto a Dios… Esa es la maravillosa “Comunión de los Santos” en la cual creemos y profesamos en nuestro acto de fe (el Credo).

CUIDADO:

fieles-difuntos-3NUESTRA IGLESIA, NUESTRA FE, ES UNA IGLESIA Y UNA FE A FAVOR DE LA VIDA. UNA IGLESIA Y UNA FE LLENA DE LUZ. NO PROMUEVE LAS TINIEBLAS, EL HORROR DE LA MUERTE, NI AL DEMONIO Y SUS DIFERENTES FORMAS Y ESTILOS CON LOS CUALES SE HACE REPRESENTAR.

SOMOS UNA IGLESIA DE VIVOS, PORQUE NUESTRO DIOS HA RESUCITADO Y SE ENCUENTRA GLORIOSO Y ACTUANTE. HA VENCIDO AL PECADO, A LA MUERTE Y AL DEMONIO, ASÍ COMO A TODAS SUS FORMAS Y PRESENTACIONES POSIBLES.

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LA IGLESIA CATÓLICA NO FESTEJA, NO PROMUEVE, NO PARTICIPA (DIRECTA NI INDIRECTAMENTE) EL HALLOWEEN, NI NINGUNA OTRA FESTIVIDAD O ACTIVIDAD QUE REPRESENTE, ENSALCE HAGA PRESENTE, RECUERDE, O ENALTEZCA AL DEMONIO SOBRE NUESTRO ÚNICO Y VERDADERO DIOS POR QUIEN SE VIVE.

 

Oración del Papa Francisco por los difuntos:

Dios de infinita misericordia, confiamos a tu inmensa bondad a cuantos han dejado este mundo para la eternidad, donde tú esperas a toda la humanidad, redimida por la sangre preciosa de Jesucristo, muerto en rescate por nuestros pecados.

No mires, Señor, tantas pobrezas, miserias y debilidades humanas con las que nos presentaremos ante el tribunal para ser juzgados para la felicidad o la condena. Míranos con la mirada piadosa que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar en el camino de una completa purificación.

Que ninguno de tus hijos se pierda en el fuego eterno, donde ya no puede haber arrepentimiento.

Te confiamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos, y de las personas que han muerto sin el consuelo sacramental o no han tenido manera de arrepentirse ni siquiera al final de su vida.

Que nadie tenga el temor de encontrarte después de la peregrinación terrenal, en la esperanza de ser acogidos en los brazos de la infinita misericordia.

La hermana muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y llenos de todo bien, recogido en nuestra breve o larga existencia. Señor, que nada nos aleje de ti en esta tierra, sino que en todo nos sostengas en el ardiente deseo de reposar serena y eternamente. Amén.

(Papa Francisco en la Solemnidad de todos los Santos, 2014).